lunes, 28 de enero de 2008

Primer encuentro (fantasía clasista)

--Me gusta pensar que puedo ser un hombre como mi viejo, los marineros tienen un carácter especial. Un hombre de mar. Están en una, imaginate que tenés la posibilidad de viajar de acá para allá, visitar otros continentes, todo el tiempo. Se embarcan, y a la vuelta tres meses de licencia, con la familia. Después, de nuevo a navegar. Y así todo.
--Suena cojonudo --dijo Alisa.
--Claro --Fulton tragó saliva; no le gustaban las palabras rebuscadas, pero tampoco podía dejar que una chica lo amedrentase. Continuó: --Y el sueldo dicen que es bueno. Mi viejo vivió toda su vida de primera, se construyó su casa, se compró su auto y su moto.
--Elemental para mantener una familia.
--Ah, yo sueño con tener una familia, muchos hijos, una casa con pileta --dijo Fulton, ni corto ni perezoso. Había sin embargo, tanta humildad en su verdad, que ella no pudo dejar de sentir un poco de lástima y, también, de ternura.
"Ojo", pensó, advirtiéndose a sí misma, "que este grasa no me inspire ternura porque se pudre todo." Era lo que alguien como Laura podría pensar, es más, casi podía sentir la mirada sobradora, algo irónica, de Laura sobre la nuca, mofándose de Fulton y de ella. "No", pensó con decisión, como si espantara a Laura, "Fulton y yo no somos la misma cosa", claro que no, eran dos mundos apartes, dos especies escapándose de la tormenta, se miraban un poco dubitativos como buscando las palabras. "Y Laura y yo tampoco." No sabe si lo pensó porque no quiso o qué, pero poner esa distancia mental la hizo sentir espléndida y aguerrida. A veces, de más chica, había intentado reconocerse en los otros, en Laura. Poco a poco la vida le había enseñado a desconfiar incluso de sus amigas del colegio, y era gracioso que justo en este momento frente al masculino Fulton se coronara espiritualmente su independencia, su individualidad.
Inédito el giro que estaban tomando las cosas. Fulton y yo, Laura y yo, y Fulton a su lado hablaba, embravecido de nuevo, de los mares impenetrables, del océano feroz, de los souvenires que se compran en los puertos lejanos. Una pincelada de ternura puede ser el puntapié inicial de muchas cosas, y ella, que no era lerda, lo sabía bien. Otras, por ejemplo Laura, habrían descartado sin dudarlo a un candidato como Fulton. Ella no. Y el saberse diferente la llenó de nuevo de un orgullo extraño y tímido. Ya había experimentado ternura por esa sonrisa picantosa de dientes blanquísimos, ahora no había vuelta atrás. Esos ojos achinados sobre cachetes mofletudos y apenas sonrosados. El pelo ralo, duro y lacio, erizado hacia arriba. Claro que Fulton no era un galán. Pero debajo de la musculosa gris y roja se entreveían unos brazos muy bien torneados y una espalda fuerte, para abrazar. Iba tostado, con el color que adquieren las pieles trigueñas cuando pasan apenas un par de días al sol; las gafas oscuras, enormes, de bordes rojos, le daban un toque un poco insólito. "Hay que ser cojonudo para parear esas gafas con esa cara", pensó Alisa y no pudo reprimir un relincho de simpatía.