domingo, 30 de noviembre de 2008

Poema tradicional

Ida a Quilmes

Hace ya casi 3 meses que tomo ese colectivo
A tres cuadras de casa, frente al hospital
donde una vez me cosieron tres puntos
encima de la nuca, por haberme balanceado
en una silla desafiando la ley de gravedad
y las advertencias de los mayores.


(Dicen que el doctor, temiendo
una conmoción cerebral,
preguntó cabalmente “¿Dónde vivís?”
y la niña traviesa de 3 años contestó
con naturalidad: “¡En mi casa!”.)


Hace casi 3 meses que reincido, al despertar,
En preguntarme qué leeré en esa hora de trayecto,
Siempre accidentado, siempre ruidoso,
Hacia la ciudad con Q,
Qué materia estudiaré,
Qué nuevo disco oiré,
Hasta llegar a destino,
Donde mi patrón, alias “El macanudo”
Me dirá que hoy tenemos tanto que hacer.


Ningún Deerhunter o novela de Tobias Wolff
Me distrae por completo de lo que ya no quiero ver:
Las calles derrumbadas,
Los tubos de las petroquímicas
Que reemplazan a los árboles,
Los rostros horadados por la desolación
Y la peste,
Un arroyo donde un perro como un roedor gigante
Bebe un agua negra, indecible.


Recordé la vez que, a bordo del mismo 281,
Lanús-Quilmes, con escala en el infierno,
Vi a un hombre aburrido arrojarle piedras a un perro,
Famélico, de pelaje blanco y tullido,
Que pasaba rengueando a unos metros de distancia.


El Vado de la Pena, con las casillas
Agujereadas de tiros disparados por los colimbas
Muchos años atrás, entre su paseo
por el cabaret y el ataque al Batallón,
termina pocos minutos después;
Sin embargo me sigue todo el día,
Como una imagen de la Virgen de pie en mi mente,
Me hace desear estar lejos, bien lejos y nunca más
Volver a la entrada de la ciudad con Q.